Cementerio de Barcos
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FinisTerra
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Re: Cementerio de Barcos
Mr. Simpah
de HISTORIAS MARGINALES de Luis Sepulveda
Una mañana de 1982 los tripulantes del Moby Dick fuimos despertados por los gritos de alguien que pedía autorización para subir a bordo. Atracábamos en Singa pur, haciendo escala de avituallamiento antes de prose guir un largo viaje iniciado dos meses antes en Rotter dam. De ahí seguiríamos hasta Kota Kinabalu, en el nor te de Borneo, en donde realizaríamos las últimas compras de víveres antes de lanzarnos a toda máquina hacia el norte.
Debíamos evitar cualquier encuentro con los piratas que infectaban los mares de Palawan y las Filipinas, pira tas muy poco románticos que no trepidaban en asesinar tripulaciones enteras.
Nuestra meta era el puerto de Yokohama. Allí nos es
peraban varias docenas de activistas de Greenpeace para bloquear e impedir el zarpe de la flota ballenera japonesa. El capitán, un neozelandés de apellido Terrier, rebau tizado como Fox por Liliana, la argentina médico de a
bordo, se asomó por sobre la baranda y ordenó:
-¡Suba y deje de gritar!
Ésa fue la primera vez que vi al hombre sonriente, ves tido con bombachas y turbante, que se presentó como un personaje sacado de una novela de Salgari:
-Buenos días. Me llamo Simpah y sé hacer de todo.
Nos faltaba un electricista a bordo, y cuando el capitán le informó que todos los tripulantes éramos volunta rios, de tal manera que no era mucho lo que se le podía pagar por echarle un vistazo a las máquinas, respondió que el dinero no importaba. Se daba por satisfecho con que lo dejáramos en el próximo puerto de destino.
-Así me acercaré un poco más al paraíso -dijo.
-¿Cómo es el paraíso? -preguntó alguien.
-Bastante triste. Pero yo soy feliz alli -respondió. Durante los tres días de navegación hasta Kota Kina balu, Mister Simpah demostró que no sólo era un buen electricista, sino también un estupendo cocinero y un ameno camarada. Sin abandonar jamás sus ademanes ce remoniosos nos contó que era bengalí, pero vivía en Ti mor, en un lugar llamado Silang Kupang, a unas veinte millas al sur de Ocussi. De sus cuarenta y dos años había navegado treinta, hasta que, finalmente y con dinero sufi ciente como para comprar una porción de paraíso, pensa
ba establecerse en él.
Nos despedimos de Míster Simpah en Kota Kinabalu. Lo sentimos por algunas horas, mas la vida en el mar, especialmente en un barco como el Moby Dick, se encargó de aliviar el adiós con un sinfín de problemas.
Nunca más supe de él. Nunca más pensé en Míster Simpah. Nunca me preocupé de mirar en un mapa dónde diablos quedaba Timor.
Ocho años más tarde, la vida, que siempre se mueve a merced de vientos impredecibles, me llevó hasta la isla de Timor como guionista de un reportaje televisivo sobre el mayor cementerio de barcos y sobre los desguazadores peor pagados del planeta.
Un vehículo todoterreno me trasladó desde Ocussi a Silang Kupang, que no es un pueblo, ni un villorrio, ni una aldea, sino un hormiguero humano compuesto por miles de individuos que roen, arrebatan, eliminan cualquier
atisbo de dignidad a los navíos condenados a la muerte del desguace.
El equipo de televisión deseaba empezar rápido con el trabajo y yo no sabía por dónde empezar. Recuerdo algu nas situaciones de tristeza, pero la de Silang Kupang se pegó a mis neuronas corno una lacra. Es difícil imaginar un espectáculo más triste que un barco en su agonía. Los barcos mueren entre lamentos de metales, sin gloria, con la vergüenza de la resignación frente al destino.
En cierto momento en que charlaba con un grupo de usureros encargados de tasar el valor de los restos de me tal, madera, alambres o instrumentos, una mano me re meció amistosamente por un hombro.
Era Míster Simpah, con la misma sonrisa que le cono ciera, con las mismas bombachas, con el mismo turbante.
No me dio tiempo a saludarlo, y entre preguntas por los compañeros del Moby Dick, de cuánto tiempo me que daría en Timor, me jaló hasta una playa emponzoñada de óxido y restos aceitosos.
-Mi paraíso. ¿Qué le parece?
-¿Éste era su paraíso? -atiné a decir.
-Ahora se ve triste, pero hasta ayer había más de doscientas personas desguazando un barco. Era un grane lero. Aún quedan restos de la quilla sumergidos.
Mister Simpah notó mi desconcierto y entonces me habló de su trabajo. Con sus ahorros había comprado una extensión de playa no mayor que una cancha de tenis. Allí se desguazaban los barcos que él mismo conducía hasta la muerte.
El trabajo era simple: con la tripulación reducida al mínimo las vetustas naves llegaban hasta unas dos millas de la costa, entonces las abandonaban y Míster Simpah se hacía cargo del timón. Esperaba la pleamar, y cuando ésta llegaba, a toda máquina ponía rumbo a la playa hasta ha cerlas encallar. Luego, las hormigas humanas premunidas de sopletes, martillos, barras de hierro o las puras manos hadan el resto.
-Es triste, pero conmigo los barcos no sufren cuan do van al desguace, porque mientras espero la pleamar les hablo, les cuento de todos los puertos que tocaron, de todos los idiomas que escucharon, de todos Jos marinos, de todas las banderas. Los barcos son animales nobles y lle gan conformes al paraíso del trabajo.
tQué será de Mister Simpah? ¿De su paraíso de metal derrotado?
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de HISTORIAS MARGINALES de Luis Sepulveda
Una mañana de 1982 los tripulantes del Moby Dick fuimos despertados por los gritos de alguien que pedía autorización para subir a bordo. Atracábamos en Singa pur, haciendo escala de avituallamiento antes de prose guir un largo viaje iniciado dos meses antes en Rotter dam. De ahí seguiríamos hasta Kota Kinabalu, en el nor te de Borneo, en donde realizaríamos las últimas compras de víveres antes de lanzarnos a toda máquina hacia el norte.
Debíamos evitar cualquier encuentro con los piratas que infectaban los mares de Palawan y las Filipinas, pira tas muy poco románticos que no trepidaban en asesinar tripulaciones enteras.
Nuestra meta era el puerto de Yokohama. Allí nos es
peraban varias docenas de activistas de Greenpeace para bloquear e impedir el zarpe de la flota ballenera japonesa. El capitán, un neozelandés de apellido Terrier, rebau tizado como Fox por Liliana, la argentina médico de a
bordo, se asomó por sobre la baranda y ordenó:
-¡Suba y deje de gritar!
Ésa fue la primera vez que vi al hombre sonriente, ves tido con bombachas y turbante, que se presentó como un personaje sacado de una novela de Salgari:
-Buenos días. Me llamo Simpah y sé hacer de todo.
Nos faltaba un electricista a bordo, y cuando el capitán le informó que todos los tripulantes éramos volunta rios, de tal manera que no era mucho lo que se le podía pagar por echarle un vistazo a las máquinas, respondió que el dinero no importaba. Se daba por satisfecho con que lo dejáramos en el próximo puerto de destino.
-Así me acercaré un poco más al paraíso -dijo.
-¿Cómo es el paraíso? -preguntó alguien.
-Bastante triste. Pero yo soy feliz alli -respondió. Durante los tres días de navegación hasta Kota Kina balu, Mister Simpah demostró que no sólo era un buen electricista, sino también un estupendo cocinero y un ameno camarada. Sin abandonar jamás sus ademanes ce remoniosos nos contó que era bengalí, pero vivía en Ti mor, en un lugar llamado Silang Kupang, a unas veinte millas al sur de Ocussi. De sus cuarenta y dos años había navegado treinta, hasta que, finalmente y con dinero sufi ciente como para comprar una porción de paraíso, pensa
ba establecerse en él.
Nos despedimos de Míster Simpah en Kota Kinabalu. Lo sentimos por algunas horas, mas la vida en el mar, especialmente en un barco como el Moby Dick, se encargó de aliviar el adiós con un sinfín de problemas.
Nunca más supe de él. Nunca más pensé en Míster Simpah. Nunca me preocupé de mirar en un mapa dónde diablos quedaba Timor.
Ocho años más tarde, la vida, que siempre se mueve a merced de vientos impredecibles, me llevó hasta la isla de Timor como guionista de un reportaje televisivo sobre el mayor cementerio de barcos y sobre los desguazadores peor pagados del planeta.
Un vehículo todoterreno me trasladó desde Ocussi a Silang Kupang, que no es un pueblo, ni un villorrio, ni una aldea, sino un hormiguero humano compuesto por miles de individuos que roen, arrebatan, eliminan cualquier
atisbo de dignidad a los navíos condenados a la muerte del desguace.
El equipo de televisión deseaba empezar rápido con el trabajo y yo no sabía por dónde empezar. Recuerdo algu nas situaciones de tristeza, pero la de Silang Kupang se pegó a mis neuronas corno una lacra. Es difícil imaginar un espectáculo más triste que un barco en su agonía. Los barcos mueren entre lamentos de metales, sin gloria, con la vergüenza de la resignación frente al destino.
En cierto momento en que charlaba con un grupo de usureros encargados de tasar el valor de los restos de me tal, madera, alambres o instrumentos, una mano me re meció amistosamente por un hombro.
Era Míster Simpah, con la misma sonrisa que le cono ciera, con las mismas bombachas, con el mismo turbante.
No me dio tiempo a saludarlo, y entre preguntas por los compañeros del Moby Dick, de cuánto tiempo me que daría en Timor, me jaló hasta una playa emponzoñada de óxido y restos aceitosos.
-Mi paraíso. ¿Qué le parece?
-¿Éste era su paraíso? -atiné a decir.
-Ahora se ve triste, pero hasta ayer había más de doscientas personas desguazando un barco. Era un grane lero. Aún quedan restos de la quilla sumergidos.
Mister Simpah notó mi desconcierto y entonces me habló de su trabajo. Con sus ahorros había comprado una extensión de playa no mayor que una cancha de tenis. Allí se desguazaban los barcos que él mismo conducía hasta la muerte.
El trabajo era simple: con la tripulación reducida al mínimo las vetustas naves llegaban hasta unas dos millas de la costa, entonces las abandonaban y Míster Simpah se hacía cargo del timón. Esperaba la pleamar, y cuando ésta llegaba, a toda máquina ponía rumbo a la playa hasta ha cerlas encallar. Luego, las hormigas humanas premunidas de sopletes, martillos, barras de hierro o las puras manos hadan el resto.
-Es triste, pero conmigo los barcos no sufren cuan do van al desguace, porque mientras espero la pleamar les hablo, les cuento de todos los puertos que tocaron, de todos los idiomas que escucharon, de todos Jos marinos, de todas las banderas. Los barcos son animales nobles y lle gan conformes al paraíso del trabajo.
tQué será de Mister Simpah? ¿De su paraíso de metal derrotado?
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Re: Cementerio de Barcos
Como las osamentas al aire libre, en el campo, desde niño me impresionaron mucho los barcos tirados en los varaderos, pudriéndose, o los semi-hundidos en los bajos que no eran balnearios, cerca del club. A veces incursionábamos en alguno de ellos. En mi casa había una mesa hecha con una puerta de madera maciza rescatada de una chata que estaba tirada por ahí, cerca del puente colgante, cuando toda esa parte de la ciudad era campo, y no ciudad. La habían traído mis hermanos mayores, y con cuatro balaustres de cemento, cirujeados de cuando demolieron la balaustrada de la costanera vieja, le habían hecho las patas. Estaba armada en el fondo, al lado de la parrilla.
Esos barcos abandonados, algunos por accidente, encallados en el costado del mar, pero otros por simple abandono, como los de los clubes o los del río Luján, para mí son un tema poético por excelencia. No sé qué significado tienen, exactamente, pero son algo que pega fuerte, en el alma, ¿no? Vestigios presentes de lo que fue, y nunca conoceremos.
Recuerdo el caso del Cayastá. Lo conocí porque estaba al lado del barco de mi viejo, al que le estaban cambiando un montón de tracas. El Cayastá estaba ahí, seco y gris. Había sido hermoso. Había sido el yate oficial de la Gobernación de Santa Fe. Había sido lujoso, con bajilla y mantelería de primera, todo con el nombre bordado o estampado del barco. Su abandono fue anterior a la aparición de las computadoras personales y la internet, por lo que casi no hay referencias de él en la web (doble abandono y olvido a estas alturas). No sé si todavía quedará algo de ese barco. Cuando yo lo vi, era nada más que una cáscara.
Buen tema.
Gracias
Esos barcos abandonados, algunos por accidente, encallados en el costado del mar, pero otros por simple abandono, como los de los clubes o los del río Luján, para mí son un tema poético por excelencia. No sé qué significado tienen, exactamente, pero son algo que pega fuerte, en el alma, ¿no? Vestigios presentes de lo que fue, y nunca conoceremos.
Recuerdo el caso del Cayastá. Lo conocí porque estaba al lado del barco de mi viejo, al que le estaban cambiando un montón de tracas. El Cayastá estaba ahí, seco y gris. Había sido hermoso. Había sido el yate oficial de la Gobernación de Santa Fe. Había sido lujoso, con bajilla y mantelería de primera, todo con el nombre bordado o estampado del barco. Su abandono fue anterior a la aparición de las computadoras personales y la internet, por lo que casi no hay referencias de él en la web (doble abandono y olvido a estas alturas). No sé si todavía quedará algo de ese barco. Cuando yo lo vi, era nada más que una cáscara.
Buen tema.
Gracias
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Mariano Grumete
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- Registrado: Lun Jul 30, 2018 11:49 am
Re: Cementerio de Barcos
Tema justo para hoy con lluvia persistente mirando el mar 
Re: Cementerio de Barcos
Para que nuestros barcos no terminen en el cementerio del club ,a una determinada edad biologica debemos plantearnos en vender lo que se tiene y dar vuelta la pagina.
Es como el deportista cuando asume el retiro
Y A OTRA COSA MARIPOSA
Es como el deportista cuando asume el retiro
Y A OTRA COSA MARIPOSA
Re: Cementerio de Barcos
Si yo haría tu propuesta ...creo moriría antes de lo que el de arriba tiene programado .......estás completamente errado .....!!!!
Re: Cementerio de Barcos
Y viste cada uno la ve diferente.Si mis hijos no navegan no les voy a dejar un muerto en la amarra.Para eso estoy yo en el cajon
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Mariano Grumete
- Mensajes: 4127
- Registrado: Lun Jul 30, 2018 11:49 am
Re: Cementerio de Barcos
Es muy comprensible tu forma de verlo Hernán. No es tan infrecuente. Fíjate Toribio con el Matrero. Cuando no lo pudo navegar más, lo vendió. Y mirá que no creo que fuera porque les dejaba un problema a los herederos.
Re: Cementerio de Barcos
¡Qué interesante! Estamos derivando del cementerio de los barcos que no descansan en el fondo del mar a cementerio de los hombres que todavía caminan.
Estoy con Albo, y, además, si no quieren, los hijos no tienen por qué hacerse cargo de las cosas del muerto. Me basta con saber que les he dado lo que tenía para darles con el cuerpo y con la mano caliente.
Por otro lado, debe estar lleno de barcos abandonados por gente joven, estoy seguro de eso.
Estoy con Albo, y, además, si no quieren, los hijos no tienen por qué hacerse cargo de las cosas del muerto. Me basta con saber que les he dado lo que tenía para darles con el cuerpo y con la mano caliente.
Por otro lado, debe estar lleno de barcos abandonados por gente joven, estoy seguro de eso.
Re: Cementerio de Barcos
Hay mucha gente, de todas las edades, que no sabe desprenderse a tiempo de las cosas.
Re: Cementerio de Barcos
obi
Re: Cementerio de Barcos
BUTTON_REPORT Citar
Mensaje Jue Jul 28, 2022 1:39 pm
Hay mucha gente, de todas las edades, que no sabe desprenderse a tiempo de las cosas.…… y hay una inmensa mayoría ….. que no tiene ni idea para que se metió en la nautica…… en mi cercanía familiar lo tengo
Re: Cementerio de Barcos
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Mensaje Jue Jul 28, 2022 1:39 pm
Hay mucha gente, de todas las edades, que no sabe desprenderse a tiempo de las cosas.…… y hay una inmensa mayoría ….. que no tiene ni idea para que se metió en la nautica…… en mi cercanía familiar lo tengo
Re: Cementerio de Barcos
Respecto del crucero "Cayastá", embarcación oficial de la gobernación de la provincia de Santa Fé, lo único que encontré en la web es una referencia del diario El Litoral, de enero de 1962, que comenta que el entonces gobernador, el Dr. Carlos Silbestre Begnis, había seguido el desarrollo de la maratón de nado en aguas abiertas Santa Fe - Coronda a bordo de dicho barco. No pude encontrar nada más.
El barco lo ví yo hara unos 15 años en un varadero marginal, del otro lado del puente "Palito", a unos 500 metros río arriba del Yacht Club. Imposible saber cuánto tiempo llevaba ahí, hecho pelota y desvalijado.
Conclusión: no solo algunas personas no tienen idea para qué se meten en la náutica...
alguna provincia parece que tampoco la tiene
El barco lo ví yo hara unos 15 años en un varadero marginal, del otro lado del puente "Palito", a unos 500 metros río arriba del Yacht Club. Imposible saber cuánto tiempo llevaba ahí, hecho pelota y desvalijado.
Conclusión: no solo algunas personas no tienen idea para qué se meten en la náutica...
alguna provincia parece que tampoco la tiene
Re: Cementerio de Barcos
Igualmente despreocupense que nos vamos ir todos navegando en La Barca De Virgilio
Re: Cementerio de Barcos
Los vikingos la tenían clara, que se iban a la eternidad con sus propios barcos 
Re: Cementerio de Barcos
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Descansa en paz
Re: Cementerio de Barcos
Los que vemos en a nuestro alrrededor todos los dias. Hundidos y abandonados.
https://youtu.be/fDlF2tVQh5Q
https://youtu.be/fDlF2tVQh5Q