BUQUE FANTASMA.
El Holandés Errante - 1830
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Es el nombre dado frecuentemente a un buque creado por la fantasía y el temor supersticioso de sucesivas generaciones de hombres de mar y que se ha supuesto voltejear ininterrumpidamente por la región del cabo de Buena Esperanza. En principio, el cúmulo de leyendas forjadas en torno al buque de referencia, es uno más de los que podrían ser agrupados en el conjunto de los que se refieren al quebrantamiento de la festividad del Viernes Santo, día en que el Señor permaneció enterrado en el santo sepulcro. La formación de la leyenda ha de ser muy verosímilmente atribuida a la ligazón o entroque establecido entre algún hecho real y la interpretación fantástica y superstición de alguno de los muchos fenómenos que suelen presentarse en la mar.

Para ello se requiere con carácter indispensable la concurrencia de un elemento humano, el cual ha sido, a los efectos de la fantasía que nos ocupa, el hombre de mar del período vélico, en el que podían darse dos tipos completamente diferentes. El primero era el del creyente de firmes convicciones, acostumbrado a ver constantemente las manifestaciones de la naturaleza en sus más libérrimas expresiones de poder, como son las del tiempo en la mar, y con ello a admirar el sabio orden natural instituido por la Providencia. Este tipo de hombre de mar es el que encabezaba las singladuras de su Diario de navegación con la mención del santo del día, con fórmulas sacramentales como las de "amaneció Dios a tal hora o en tales circunstancias de tiempo...", en la que se da el hoy desusado caso de atribuir sujeto al verbo amanecer - en realidad el único que cabe atribuirle -, y el mismo finalizaba tales singladuras con expresiones como la de "Dios que nos trajo con bien nos lleve en nuestras casas, amén", que, con el hoy también desusado uso de la preposición en, se lee en los Diarios de navegación de la primera mitad del siglo pasado.

El segundo tipo era el del supersticioso e ignorante, las más veces hombre de mar que no pasaba de marinero aterrado en muchas ocasiones ante los fenómenos naturales a los que con insistente frecuencia daba explicaciones fantásticas. Ello es tanto menos de extrañar cuanto que en nuestros días aún se oyen a bordo de los buques y en las conversaciones habidas en los ranchos de la gente, explicaciones muy peregrinas a fenómenos científicamente estudiados hasta la saciedad, como el espejismo, los fuegos de San Telmo, algunas clases de relámpagos, las auroras boreales, la aparición de mantas en la superficie de las aguas, o bien algunas enfermedades endémicas en ciertas regiones costeras del globo, como el paludismo tropical.

En el substrato de todas estas explicaciones se halla un importante coeficiente de terror , que es satisfecho por un impulso primitivo del hombre de mar ignorante en forma atávica, mediante la explicación sobrenatural, generalmente a base de magia negra. Por tal razón nada tendría de particular que el avistamiento a cierta distancia de otro buque en el seno de un mal tiempo o de un témpano a alguna distancia entre la calina o la neblina, con las formas caprichosas que en ocasiones suele adquirir el hielo flotante, especialmente en las latitudes medias australes que alcanzan aquéllos, y en las que a causa de su progresiva fusión se pierde la forma tabular tan característica de los mismos, especialmente si tales objetos aparecieron solo un instante, si no se vio a nadie en la cubierta del buque de referencia, si nadie respondió a la llamada hecha a la voz o si el buque de que se tratara se vio desmesuradamente grande a consecuencia de un fenómeno de refracción anormal u otra causa cualquiera, fuera de que al suceso se diera una explicación misteriosa y fantástica.

El relato del suceso, más o menos deformado, no dejaría de ser, al ser narrado en puerto por los tripulantes del buque avistador, la versión hasta cierto punto veraz de un hecho real, al que la fantasía, el rencor contra ciertas personas o instituciones o una serie de sentimientos asociarían el nombre de una persona y con ello surgiría la leyenda.

Ésta circuló en forma verbal desde la época de los primeros viajes de descubrimiento en torno a la extremidad meridional del continente africano y sólo resultó fijada por vez primera en 1830, según la constancia actualmente existente. La versión más característica y que puede ser tomada como típica data de la atribución de la subjetividad del suceso a un capitán holandés, cuyo nombre se concretó, para variar con posterioridad tal vez como directa alusión a capitanes realmente existentes y que de este modo fueron objeto de una condenación de los que tuvieron ocasión de navegar con ellos.

    Dicha versión cuenta que el capitán Van Straaten había salido de puerto por una apuesta de día de Viernes Santo y aún aseguró al serle recordada la solemnidad del día en cuestión que lo haría, mal que pesara a Dios. Su blasfemia fue castigada, al decir de la gente de mar, con su muerte y la de toda su tripulación, así como con la desaparición del buque.
    Poco después de la época imprecisa en que se sitúa el suceso, apareció de nuevo el buque, esta vez en el recalo del cabo de Buena Esperanza, y era avistado siempre con motivo de malos tiempos, en cuyas ocasiones podía verse al buque del capitán holandés que intentaba dar una virada por avante que continuamente le fallaba, y que era intentada una y otra vez sin éxito.
    Al decir de los narradores, el buque no ganaba espacio avante ni abatía, no podía tomar puerto y estaba condenado por Dios a tal situación hasta el día del Juicio Final, a modo de marinero judío errante y por un pecado similar. Algunos elementos son particularmente interesantes en esta tradición, como el de tratarse de una "virada por avante", la maniobra de vela que más sentido marinero requería por parte del capitán y que por ella sola bastaba para que la ciencia de marear fuera calificada antaño, muy acertadamente, de arte.
En el fondo la alusión a dicha maniobra encerraba una aguda sátira del castigo que era considerado haber de repetir una y otra vez tal maniobra, que no era raro ver fallar a marineros muy hechos a la maniobra de vela.

Otra circunstancia interesante y que conviene destacar, es la de la localización geográfica del suceso, en una zona en la que el mal tiempo es habitual, hasta el punto de que pueda afirmarse que si la leyenda no hubiera gozado del arraigo geográfico que se ha dicho, tal vez sólo hubiera sido posible localizarla en el recalo de Cabo de Hornos, en América del Sur, si se trata de buscar una región de reconocidos malos tiempos.

Con el tiempo fueron apareciendo modificaciones en varios de los elementos de la leyenda, verbigracia, en el nombre del impío capitán que mandaba el buque. De Van Straaten pasó a llamarse Van der Dechen, Van der Decken y también Barent Focke, si de los holandeses se trata.

El buque recibió por antonomasia el nombre de "buque fantasma" por parte de los latinos, que también lo conocían con la denominación de "holandés errante", al paso que los ingleses, alemanes y holandeses le llamaban "el holandés volante", a saber : der fliegende Holländer, the flying dutchman o de vliegende Hollander, respectivamente.

La súbita aparición y desaparición del buque autorizó a la denominación de volante, al paso que la circunstancia de no poder tocar jamás en puerto justificaba la de errante. Según Walter Scott, el buque de referencia iba cargado de "oro en pasta", y por razón del cargamento se cometió un crimen a bordo, por cuyo motivo el castigo divino fue la aparición de una epidemia que acabó con la tripulación, condenada a vagar eternamente en los citados parajes.

Los aditamentos o accesorios a la leyenda primitiva se observan en ésta como en todas las de cualquier parte del mundo. En estas versiones de época tardía ya no es sólo el capitán sino toda la tripulación castigada por el crimen colectivo, y además el castigo deja de tener fin al ser su duración eterna, al paso que en la leyenda original sólo había de durar hasta el día del Juicio Final.

El estudio psicológico de la leyenda que nos ocupa autorizar a pensar en una interpretación providencialista que los hombres del período vélico daban, tal vez en forma muy genérica, al suceso de los buques abandonados que en ocasiones se hallaban y aún se hallan flotando actualmente en el mar.

El hecho real era entonces tan posible como en la actualidad, a saber : un incendio extinguido naturalmente sin el concurso de la tripulación, que habría abandonado el buque : la circunstancia de su abandono en la creencia de irse a pique y al cabo resultar que por cualquier circunstancia de equilibrio del flotador, el casco se mantuviera aún en la superficie del mar ; la muerte de la totalidad de la tripulación por causas naturales (frío, escorbuto, ataque de enemigos o de piratas, motín), etc.

Concretamente el buque fantasma del capitán Van Straaten era muy probablemente uno de tales buques que hubiera sufrido una o varias de las circunstancias o avatares antes relacionados, y habría que estar lo bastante ciego para negar la realidad de la institución jurídica del hallazgo de buques abandonados, hoy reglamentada en todos los países marítimos del globo, para negar verosimilitud al suceso.

Tema tan sugestivo no podía dejar de tener versiones de épocas tardías en las que los cambios eran tanto en las personas como en los escenarios. Se hallan, en períodos posteriores, relatos de buques fantasmas como el galeón español a la altura de la línea equinoccial, o la goleta del capitán alemán Herr von Falkenberg, condenado a navegar eternamente por el mar del Norte "sin timón ni timonel", y en una eternamente larga partida de dados con el diablo, con quien se estaría jugando el alma el capitán, al decir la leyenda.

El carácter del mal augurio que el encuentro con lo que creyóse ser el buque fantasma tuvo durante la época de supervivencia del mito al que nos venimos refiriendo fue constante y no ha constituido, en cualquier tiempo que se considere, sino una manifestación más de la credulidad y espíritu supersticioso de mucha de la gente de mar. También se desprende esto de la bibliografía existente sobre el particular, no ya concretamente de la citadas obras literarias mencionadas más arriba, sino de los estudios narrativos, científicos o eruditos sobre el particular.

 

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